El opio de un pueblo, en una realidad paralela (ejercicio imaginativo)


Se jugaban los cuartos de final de la Copa América centenario, dícese, el torneo internacional de data más antigua en el Planeta Tierra (no hay más que decir). Un siglo no es poca cosa, son cien años donde se han desatado dos guerras mundiales, las naciones de África se liberaron de sus yugos (ahora son independientes, aunque no por ellos mejores), se erigió un muro en Berlín que dividió a Alemania y también cayó, diversas confrontaciones ideológicas dieron por resultado la guerra fría, una isla del caribe lleva más de la mitad de ese siglo sumida en un proceso autodestructivo, y en ese tiempo han pasado millones de humanos por el mundo tratando de vivir (algunos), sin dejar vivir (otros), el “live and let live”, claramente no aplica para todos. Ha pasado ello, y tantas cosas más en este tiempo, y el fútbol sigue en pie, no importan los cambios, las evoluciones, las etapas, el fútbol resurge, está más vivo que nunca, puede hacer olvidar las penas de todo un país durante 90 minutos, así como también sumirlo al caos y a la barbarie en cuestión de segundos.
No era solo América quien celebraba el fútbol, en Francia también se jugaba la copa europea (Eurocopa), en las frías calles galas los rusos hacían desastres, los ingleses caían en las retaliaciones de los soviéticos produciendo destrozos, y lo que debió ser una fiesta para celebrar el deporte, de a poco empezó a convertirse en un motivo para disentir; aquel que creó al fútbol, jamás imaginó que aquel juego de once contra once y un balón podría ocasionar tanta violencia, tanto amor, tanta barbarie, tanta pasión, y a su vez tanta muerte, jamás pudo prever que un acto tan banal como perseguir a una pelota para introducirla entre tres palos pudiera definir con tanta frialdad y precisión el carácter de un pueblo; por ahí hay quien dice que si los italianos han ganado mundiales es gracias a su fanatismo empedernido, si Holanda o Bélgica (eternas promesas), nunca han podido ganar nada a pesar de sus grandilocuentes jugadores, es precisamente por su falta de rebeldía, su falta de amor propio; los ingleses y su frialdad (no importa el talento y la preparación cuando no se deja el alma), los alemanes, defendiendo su raza aria, ¿qué no son suficientes ejemplos de que el fútbol es el retrato de nuestras sociedades? Cuando Italia perdió la final de la Eurocopa contra Francia en el año 2000, podía verse a los italianos arrojar sus televisores por las ventanas, y llorar a moco tendido durante días; se dice que el país se sumió en un despecho colectivo sin igual, comparable quizás únicamente al lamento ocasionado por la intromisión en la devastadora segunda guerra mundial. Lo mismo sucede con los argentinos (eternos pasionales y nacionalistas), dejan todo por la camiseta, los brasileños, cuya alegría, sabor y entusiasmo han sido capaces de conquistar el planeta del balompié en cinco ocasiones; todo aquello cobra sentido y vigencia al retratar al venezolano como el típico borracho millonario, siempre pendiente de mujeres y una fiesta, sin importarle las consecuencias de sus actos; pasa con sus gobernantes, pasa con su gente, ¿por qué serían distintos sus futbolistas? ¿Por qué esperan sus ciudadanos que sean ellos la excepción de un eterno bochiche?   
La Copa América centenario se llevaba a cabo en Estados Unidos, Venezuela jugaba su partido de cuartos de final frente a la Argentina del D10S Messi, campeona del mundo en un par de ocasiones; aquel que piensa que la política y el futbol nada tiene que ver, que indague como la dictadura argentina en el año 78 se las ingenió para sacar Campeón del mundo a la selección liderada por Kempes y Pasarella.
El encuentro se desarrolló como se esperaba (en todo el mundo), menos en Venezuela, en Venezuela había ilusión, entusiasmo, confianza, confianza que no derribó ni siquiera el pase magistral que le diera Messi a Higuain en el minuto 8’ que desembocará en el gol del ariete del Napoli (tierra al sur de la bota italiana donde Maradona fuera el capo y ahora lo era Gonzalo). Durante los primeros 25’ minutos el asedio argentino fue imparable, cuando Venezuela empezaba a pararse bien en la cancha Figuera, aquel 5 que había tenido una copa fantástica, cometió un error de esos que te marginan de por vida, justo en el momento más importante de su carrera, le tira una asistencia al propio Higuain para que solo frente a Dani Hernandez lo sacara a pasear y anotara el 2 – 0; parecía el fin del partido, pero Venezuela comenzó a apretar, los últimos diez minutos del primer tiempo fue todo para la  vinotinto, Salomón Rondón cabeceó un córner estrellando la esférica en el palo, la imagen de un hincha venezolano lamentándose por la jugada fue memorable; el lateral izquierdo Rolf Felstcher probó de fuera del área, el balón se desvío en el defensor argentino, y con las uñas Romero volvió a salvar el arco de la albiceleste; con tiempo cumplido el guardameta argentino debió salir de nuevo en rescate de su selección, se arroja sobre los pies de Josef Martínez derribándolo, el árbitro decreta penal, las expectativas de más de 30 millones de venezolanos crecen, se pueden ir al descanso solo un gol por debajo, Seijas es el encargado de patear al balón, los hinchas vinotintos gritan eufóricos, su selección está muy cerca de conectarle un gancho a la poderosa selección de Messi; Seijas se prepara, se perfila, con Santa Fe había sido héroe desde la tanda de penales, da los primeros pasos, y… pica el balón dejándosela a Romero en las manos. Precipitadamente la ilusión de más de treinta millones de venezolanos se extinguió en ese instante, así, en cuestión de segundos, los pies del valenciano echaron a la borda el sueño de tantas personas necesitadas de una felicidad, menesterosas de que el balón acariciara la red, de que el fútbol fuera su opio; no encontraron salvación.
En el segundo tiempo había que hacer borrón y cuenta nueva, los otros diez integrantes de la selección podían hacerlo, Seijas no, es de asumir que tardará años en sacarse de la cabeza ese momento, ese instante absurdo en el cual decidió patear con tanta negligencia el balón en una oportunidad tan comprometida y escasa. Dudamel leyó el pensamiento de todo aquel con un ápice de conocimiento sobre el mundo del balón, sustituyó a Seijas cuando el partido (aunque bien remotas), seguía teniendo posibilidades de ser revertido. Pero justo cuando el alma empezaba a curtirse de los errores del pasado, Vizcarrondo, como ya había hecho en otras ocasiones, tira un pase impreciso a Tomás Rincón que es interceptado por Gaitán quien combina con Higuain, este con Messi, le devuelve el balón a Gaitán, y como acostumbra a hacer el mejor jugador del mundo, pica al área para recibir nuevamente y anotar el 3 – 0, allí acabó todo, de la mano del mismísimo D10S.
Venezuela había hecho todo lo posible por sacarse de la copa, salvo el primer gol argentino, los otros habían sido más errores propios que aciertos rivales (¡y, vaya errores!), con el partido muerto la vinotinto lo siguió intentando, Salomón Rondón tras centro del Lobo Guerra golpeó con furia una vez más un cabezazo para anotar el primer gol para Venezuela, y hacer brotar una vez más la efímera esperanza, esperanza que no duró ni un minuto, pues al reanudarse el juego Dani Hernández dejó colar en su área un remate débil de Erik Lamela que puso el partido 4 – 1 decretando el jaque mate; no sería el futbol quien le regalaría a Venezuela el opio que le permitiera distanciarse de su aguda realidad por tan solo unos días.
[…]
En un mundo paralelo Figuera no le regala el segundo gol a Higuain, el primer cabezazo de Salomón Rondón choca en el palo y se mete, Seijas patea el penal a un costado anotando el 2- 1 para la vinotinto, en Venezuela la gente se embriaga por la algarabía del resultado; en la segunda etapa Vizcarrondo tampoco obsequia el tercer gol de Argentina, el astro albiceleste pasaría entonces desapercibido (salvo la genialidad del primer gol, el mejor jugador del mundo no tendría mayores oportunidades); con la tercera anotación de la vinotinto se decreta su victoria, en esa realidad paralela Venezuela avanza a las semifinales derrotando la selección de Messi, quien antes del partido se veía como un D10S imbatible; el escandalo no es para menos, si se venció a Argentina, no debe haber duda que pueda hacerse lo mismo con Estados Unidos y avanzar hasta la gran final; en medio de los festejos (hay caravanas llenas de licor en varias ciudades del país), ya que como buenos venezolanos cualquier excusa es útil para embriagarse y olvidar sus penas; suelen reír en las desgracias, y reír aún más en los triunfos, ¿la diferencia?, la efusividad.
En Caracas un fanático alcoholizado con franela vinotinto choca una patrulla policial cerca de la Plaza Altamira cuando escuchaba el tercer gol en la radio, los agentes, evidentemente molestos, puesto que no han podido ver el juego por “cuidar las calles del hampa” se le van encima al sujeto para apresarlo y lo agarran a golpes (para colmo, el supervisor de aquella patrulla es de ascendencia argentina, de esa ola que emigró del sur en la dictadura de la década de los 70); entre tanto alboroto aparecen cientos de hinchas que se han apoderado de las calles a protegerlo, la camisa vinotinto es aquel día sinónimo de victoria, de arraigo, también de unión; se desata de pronto una riña colectiva, todo porque Venezuela ganó un partido de fútbol, un carajo se pasó de tragos y unos policías insatisfechos decidieron cobrarse su arrechera con el tipo que presumía su “libertad” y la victoria aquella noche. Poco a poco se regó la voz, los alrededores de la Plaza Altamira se llenaron de hinchas violento y ebrios, y también de miembros de la Policía Nacional, los amigos del sujeto que intentaba detener la policía (también pasados de tragos) se van a los golpes con los pacos, las patrullas que llegan no ven de otra y empiezan a disparar perdigones y bombas lacrimógenas, por Twitter se hace tendencia la batalla entre civiles y armados, toda la gente que celebra en las calles de Caracas se van al mismo punto de batalla a defender su selección; la riña se ha politizado, lo que empezó como una victoria futbolística terminó en una pelea que dice la gente (se debe a que los policías eran pasteleros e iban por Argentina), de pronto todo se sale de control, unos fanáticos molestos empiezan a quemar cauchos y tumbar postes de luz, le toca al ejército a salir a las calles para controlar la situación, pero hay demasiado alcohol en la sangre de los venezolanos para pensar en las consecuencias de sus actos.
-       ¡Maldito, maldito Maduro de mierda! –Grita un hincha vinotinto-, tumbemos a ese cabrón, ese hijueputa nos quiere echar la pava, aparte es colombiano, por eso manda a reprimir a la gente cuando gana la selección.
En el apogeo se dirigen cientos de personas histéricas a las afueras de Miraflores a pedir la renuncia del primer mandatorio (hoy no es por alguna razón lógica, hoy es por pastelero), el palacio Presidencial se encuentra custodiado por cientos de guardias nacionales y agentes del SEBIN. Maduro tiembla en el interior del edificio, no puede creer que la escasez de comida, medicinas, la inseguridad, la corrupción, y el pisoteo constante a la constitución no haya sido capaz de propiciar un estallido de esta índole, y lo haya hecho un juego de la vinotinto. Entonces sale en Cadena Nacional para tratar de calmar a los manifestantes, anuncia que a partir de ahora se prohibirá la transmisión en Venezuela de los juegos de la vinotinto, ya que los mismos se llevan a cabo en Estados Unidos y son un claro intento del imperio por desestabilizar a la nación. El pueblo se arde en cólera, de las ventanas de los edificios caen los televisores teniendo como última imagen el bigote presidencial, se apuestan más personas en las calles, los manifestantes en las afueras de Miraflores le explican a los guardias que la vinotinto es de todos, que son la unión de todo un país, y que el verdadero enemigo es Maduro, porque él apoya a James y a la selección Colombia. Entonces los guardias se retuercen, justamente los que estaban en custodia aquella noche fueron subcampeones en el nacional de fútbol sala que elabora la fuerza armada nacional; el comandante de dicho estamento ordena a los suyos apartarse y dejar a los protestantes hacer de las suyas, una multitud enardecida penetra en Miraflores, Maduro acorralado firma su renuncia y escapa en un helicóptero, a los días aparece en Cuba, minimizado, débil, desprovisto de poder, y a Diosdado Cabello lo apresan junto a los “jerarcas de la revolución”. Venezuela entra en jubilo, salieron de Maduro y ahora están por disputar las semifinales de la Copa América, justamente frente a Estados Unidos, el enemigo acérrimo de la patria, la pesadilla de todo revolucionario; por aquel entonces lo más de treinta millones de venezolanos se unen bajo un solo objetivo, dándole finalmente a Chávez la razón: ahora sí serán los gringos quienes conspiren para dañar al pueblo y evitar que lleguen a la final de la copa.
[…]

En un mundo paralelo esto fue lo sucedido, esa es la realidad de otra porción del universo, en otra dimensión; si tan solo Figuera y Vizcarrondo no hubiesen regalado los dos goles, si tan solo Seijas hubiese pateado bien el penal (ahora ven que tan importante puede resultar la definición de un penal en la vida de millones de personas), esa realidad también sería la nuestra, pero eso no fue lo que pasó, nuestra historia es la de la derrota, y no la podemos cambiar; quien piense que la política y el fútbol nada tienen que ver está muy equivocado. El fútbol es el opio y también el retrato de los pueblos.

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