De la leyenda y el endiosamiento de Hugo Chávez Frías



¿Cómo explicar el fenómeno político que representó Hugo Chávez, no solo en Venezuela, sino a nivel mundial? Un sujeto que pasa de ser un golpista fallido a Presidente electo, sin una trayectoria política que lo avale, no es algo realmente muy común en la historia de la humanidad. Quizás un ascenso tan rápido en cuanto a escalafones políticos, solo personajes insignes como Hitler han podido realizar ¿Y qué tenían ambos en común? Bueno, no vamos a referirnos a ideologías o directrices políticas, ya que comparar a cualquier mandatario con el Führer es realmente de mal gusto, sea o no de nuestro agrado. A lo que me refiero es a su carácter, al liderazgo; para ser más concreto “la oratoria”. En la historia de los seres humanos, pocos hombres, pocos líderes políticos han contado con esa majestuosa e innata capacidad para hablar en público durante horas y horas, sin perder el hilo ni la atención del público presente. Quizás estaré exagerando, pero creo que Chávez fue una versión mejorada de Adolf Hitler, pues contaba con algo que el anterior no (carisma). Hitler imponía miedo y respeto, Chávez respeto y atracción. Hacer una comparación de ambos es sin embargo algo muy impreciso y también desacertado, debido a que son dos tiempos totalmente diferentes, en contextos claramente distintos. No obstante pareciera haber cierta similitud en cuanto a la forma de ganarse los corazones, y también la lealtad de sus adeptos entre ambas figuras políticas. Hitler en su libro “Mein Kampf” estableció una serie de postulados para la “nacionalización de las masas”, que parecieran coincidir con los caracteres del comportamiento del ex mandatario venezolano. Aunque un poco extensos, en ellos podremos encontrar grandes semejanzas entre los líderes políticos. Es en los puntos -3, 4, 5, 6, 11, 12- donde se encuentran aquellas directrices que parecieran haber sido utilizadas por el Presidente Chávez para manejar a sus prosélitos; sin embargo el resto de puntos también han sido copiados para evidenciar que no hay una especie de mal información al respecto (el que quiera gústese de omitir los puntos restantes).
1.     “Ningún sacrificio social resultará demasiado grande, cuando se trate de ganar a las masas para la obra del resurgimiento nacional. Quiere esto decir que un movimiento que aspira a reincorporar al obrero de Alemania al seno del pueblo alemán, tampoco debe detenerse ante sacrificios económicos, mientras éstos no impliquen una amenaza para la autonomía y la conservación de la economía nacional.
2.     La educación nacional de la gran masa puede llevarse a cabo únicamente en forma indirecta, mediante un mejoramiento social, ya que sólo gracias a éste, son susceptibles de crearse aquellas condiciones económicas que permitan al individuo participar del acervo cultural de la nación.
3.     Jamás puede lograrse la nacionalización de las masas por la acción de procedimientos a medias o por la simple observancia de un llamado punto de vista objetivo; esa nacionalización sólo es posible por obra de un criterio intolerante y fanáticamente parcial en cuanto a la finalidad perseguida. La gran masa de un pueblo no está constituida por profesores ni diplomáticos. Quién se proponga ganar a las masas, debe conocer la llave que le abra la puerta de su corazón. Esa llave no se llama objetividad, esto es debilidad, sino voluntad y fuerza.
4.     El éxito en la labor de ganar el alma popular depende de que simultáneamente con la acción de la lucha positiva por los propios ideales, se logre anular a los enemigos de estos ideales. En todos los tiempos el pueblo considera la acción resuelta contra un adversario político como una prueba de su propio derecho, y contrariamente, ve en la abstención de aniquilar al enemigo un signo de inseguridad de ese derecho y hasta la ausencia del mismo. La gran masa no es más que una parte de la Naturaleza y no cabe en su mentalidad comprender el mutuo apretón de manos entre hombres que afirman perseguir objetivos contrapuestos. Lo que la masa quiere es el triunfo del más fuerte y la destrucción del débil o su incondicional sometimiento.
5.     La incorporación en la comunidad nacional, o simplemente en el Estado, de un grupo convertido en clase social, no se produce por el descenso de nivel de las clases superiores existentes, sino por la exaltación de las esferas inferiores. Tampoco pueden ser gestoras de este proceso las clases superiores; eso está reservado sólo a las clases inferiores que luchan por su derecho de igualdad. La burguesía actual no llegó a engranarse en el Estado por obra de la nobleza, sino gracias a su propio esfuerzo y a su propia directiva. Un movimiento de opinión que aspira honradamente a reincorporar al obrero alemán al seno de su pueblo, arrancándolo de la utopía del internacionalismo, tienen antes que rebelarse vigorosamente contra el criterio que domina particularmente en las esferas de los patronos industriales y que consiste en comprender bajo el concepto de “comunidad nacional” un incondicional sometimiento, desde el punto de vista económico del obrero al patrón, aparte de que creen ver una agresión contra la comunidad en toda reclamación por justificada que sea, que el obrero haga, velando por sus vitales intereses económicos. Indudablemente el obrero atenta contra el espíritu de una verdadera comunidad nacional en el momento en que, apoyado en su poder, plantea exigencias perturbadoras, contrarias al bien público y a la estabilidad de la economía nacional; del mismo modo, no atenta menos contra esa comunidad el patrón que por medios inhumanos y de explotación egoísta, abusa de las fuerzas nacionales de trabajo, llenándose de millones a costa del sudor del obrero. La fuente en la cual nuestro naciente movimiento deberá reclutar a sus adeptos será, pues, en primer término, la masa obrera. La misión de nuestro movimiento en este orden consistirá en arrancar al obrero alemán de la utopía del internacionalismo, libertarle de su miseria social y redimirle del triste medio cultural en que vive, para convertirle en un valioso factor de unidad, animado de sentimientos nacionales y de una voluntad igualmente nacional en el conjunto de nuestro pueblo. Además, el objetivo que perseguimos no es invertir la estructura del campo de opinión, en sí nacional, sino ganar el campo anti-nacional. Tal punto de vista es fundamentalmente esencial para la acción táctica de todo nuestro movimiento.
6.     Este criterio nuestro unilateral, pero justamente por eso, claramente definido, tienen que revelarse también en la propaganda del movimiento, aparte de que es indispensable por razones de la propaganda misma. La propaganda tienen que responder en su forma y en su fondo al nivel cultural de la masa, y la eficacia de sus métodos deberá apreciarse exclusivamente por el éxito obtenido. En una asamblea popular no es el mejor aquel orador que espiritualmente se acerca más a los auditores de la clase pensante, sino aquél que sabe conquistar el alma de la muchedumbre.
7.     Jamás se alcanzará el objetivo de un movimiento político de reforma por medio de una labor de difusión meramente informativa o llegando a influenciar a los poderes dominantes, sino únicamente mediante la posesión del mando político. Pero un golpe de Estado no puede considerarse triunfante por el solo hecho de que los revolucionarios se apoderen del gobierno, sino sólo cuando de la realización de los propósitos y objetivos, que encarna una tal acción revolucionaria, surge para la nación un bienestar mayor que en el régimen anterior; cosa que por supuesto no se puede afirmar de la “revolución alemana”, como se vino a llamar el golpe de bandolerismo efectuado en el otoño de 1918. Más, si la conquista del poder político es condición previa para llevar a la práctica propósitos de reforma, lógico es que un movimiento animado de tales propósitos se considere, desde el primer momento de su existencia, como una corriente de la masa y no como un club de “tés literarios” o como un círculo provinciano de palique político.
8.     El nuevo movimiento es antiparlamentario por su carácter y por la índole de su organización; es decir que en general, así como dentro de su propia estructura, rechaza el principio de decisión por mayoría, principio que degrada al Führer a la condición de simple ejecutor de la voluntad y de la opinión de los demás. En pequeño y en grande, encarna nuestro movimiento el principio de la autoridad absoluta del Führer que, a su vez, supone una máxima noción de responsabilidad. Constituye una de las más elevadas tareas del movimiento, hacer de este principio la norma determinante, no sólo dentro de sus propias filas, sino también en el mecanismo de todo el Estado. Quien sea Führer, tendrá que llevar junto a su ilimitada autoridad suprema, la carga de la mayor y de la más pesada de las responsabilidades.
9.     Nuestro movimiento no ve su cometido en la restauración de una forma determinada de gobierno en oposición a alguna otra. Sino en el establecimiento de aquellos principios fundamentales, sin los cuales, ni monarquía ni república pueden contar con una existencia garantizada. No es su intención fundar una monarquía o consolidar una república, sino crear un Estado germánico.
10.  La cuestión de la organización interna del movimiento es cuestión convencional y no de principio. No es la mejor aquella organización que interpone entre la jefatura del movimiento y sus prosélitos un aparatoso sistema intermediario, sino la que se sirve del menos complicado mecanismo; pues no debe olvidarse que la tarea de organización consiste en transmitir a un cúmulo de hombres una determinada idea –que primero surgió en la mente de uno solo- y velar a su vez por la aplicación práctica de la misma. Para la organización interna del movimiento privaron las siguientes directivas: a) Concentración de toda la labor primeramente en un solo punto: Múnich. Formación de una comunidad de adeptos leales a toda prueba y luego, perfeccionamiento de la escuela de los futuros propagadores de la idea. Adquisición de la autoridad necesaria por medio de éxitos políticos, grandes y notables, en la sede central. b) Formación de grupos locales en otras ciudades, inmediatamente después de haber quedado consagrada la autoridad de la jefatura centran en Múnich. c) Así como un ejército sin jefes, sea cual fuese su sistema, carece de eficacia, así también es inútil una organización política no dotada de su respectivo Führer. Para ser el Führer se requiere capacidad, no únicamente entereza, sin olvidar no obstante que debe darse mayor importancia a la fuerza de voluntad y de acción que a la genialidad en sí. Lo ideal pues será la conjunción de las condiciones de capacidad, decisión y perseverancia.
11.  El futuro de un movimiento depende del fanatismo, si se quiere, de la intolerancia con que sus adeptos sostengan su causa como la única justa y la impongan frente a otros movimientos de índole semejante. Es un gran error creer que la potencialidad de un movimiento se acreciente por efecto de la fusión con otro movimiento análogo. Ciertamente toda expansión en este orden significa numéricamente un aumento, dando al observador superficial la impresión de haberse vigorizado también el poder del movimiento mismo; pero la verdad, es qué éste se adjudica los gérmenes de un debilitamiento que no tardará en hacerse manifiesto. La magnitud de toda organización poderosa que encarna una idea, estriba en el religioso fanatismo y en la intolerancia con que esa organización, convencida íntimamente de la justicia de su causa, se impone sobre otras corrientes de opinión. Si una idea es justa en el fondo y así armada inicia su lucha, será invencible en el mundo: toda persecución no conducirá sino a aumentar su fuerza interior. La grandeza del Cristianismo no se debió a componendas con corrientes filosóficas más o menos semejantes de la antigüedad, sino al inquebrantable fanatismo con que proclamó y sostuvo su propia doctrina.
12.  Los secuaces de nuestro movimiento no deben temer el odio ni las vociferaciones de los enemigos de nuestra nacionalidad y de nuestra ideología; por el contrario, deberán más bien ansiarlas. La mentira y la calumnia son manifestaciones propias de ese odio. Aquél que no es calumniado y denigrado por la prensa judía no es alemán de verdad, ni es verdadero nacionalsocialista. La mejor medida para aquilatar el valor de su criterio, la sinceridad de su convicción y la entereza de su carácter, es el grado de aversión con que es combatido por el enemigo mortal de nuestro pueblo.
13.  Nuestro movimiento está obligado a fomentar por todos los medios el respeto a la personalidad. No debe olvidarse que el valor de todo lo humano radica en el valor de la personalidad; que toda idea y que toda acción son el fruto de la capacidad creadora de un hombre y que, finalmente, la admiración por la grandeza de la personalidad, representa no sólo un tributo de reconocimiento para ésta, sino también un vínculo que une a los que sienten gratitud hacia ella. La personalidad es irreemplazable.”
¿Psicópata o genio político? Probablemente un poco de ambas, a lo mejor un carácter no podría existir en la ausencia del otro. Lo cierto es que Chávez emergió de la misma manera haciendo uso de un fanatismo extremo, aberrante: dentro del “Socialismo del Siglo XXI” todo, fuera de él, nada. Solo él tenía la razón, los opositores siempre fueron tratados literalmente como “mierda”, en su presencia jamás hubo puntos medios, conciliación, dialogo. De no haber propagado un fanatismo tan extremo, su movimiento, su revolución, jamás habría durado tanto tiempo. Es algo totalmente cierto e irrefutable que las clases bajas de una nación no disfrutan ni necesitan del dialogo, ellos prefieren el atropello, los insultos y la humillación de aquellos a los cuales consideran sus enemigos. Lo mismo sucedió con el imperio norteamericano, los “pitiyankees” como el propio Chávez apodó a los gringos y a todo aquel que se opusiera a su gobierno. Esa división de masas, división política, fue la misma que ha permitido que la revolución se mantenga en pie, ya que para el chavista no existen los ciudadanos venezolanos; existe el camarada, o la rata opositora, y para ellos se está con el proceso o se está en contra del mismo, no hay más a donde ir. Esa misma división es la responsable de ese fuerte sentimiento de lealtad que tienen las masas para con el movimiento, ya que para un chavista dejar de creer en el proceso, o cambiarse de bando, no significa simplemente un cambio del modo de pensar; para el chavista discutir si quiera alguna de las políticas del movimiento revolucionario, significa convertirse en el enemigo, en la rata opositora, y ser visto por sus “camaradas” como un traidor a la patria, como un disidente del movimiento revolucionario, como un nuevo enemigo; y no simplemente alguien que cambió de parecer.
Es esta la razón por la cual el Presidente siempre se refería a sus contrarios, como es el caso de Capriles Radonsky, con improperios y humillaciones. Ya que el simple hecho de tratarle siquiera con el respeto que merece todo ser humano, le haría parecer débil ante sus adeptos, lo cual a la larga desencadenaría en una pérdida de credibilidad por el movimiento.
El tener consagrados enemigos políticos es también la excusa perfecta para crear chivos expiatorios y tener siempre a quien culpar por cada ineficiencia del gobierno. El partido oficialista en sus 15 años de revolución, han culpado al imperio norteamericano y a los “opositores terroristas” de toda desgracia que acontezca. En el menú, todo tipo de excusas han sido ensayadas para justificar siempre el por qué el mal andar de las cosas. Por increíble que parezca, esto por si acaso lo lee alguna persona de distinta nacionalidad a la venezolana, una vez fue culpada una iguana de haber saboteado el sistema eléctrico nacional y provocar apagones en gran parte del país. Excusas sobran, bastan y se perfeccionan cuando la ineficiencia es quien gobierna. Cuando de inseguridad, inflación, desempleo, corrupción, desabastecimiento, mal estado de las vías y carreteras, falta de agua, luz, y otros problemas se trata, el culpable siempre es el imperio gringo, o los planes desestabilizadores de la oposición: guerra económica, manipulaciones del imperio, sabotajes internos; son algunos de los términos utilizados por el bando oficialista para “justificar” los problemas del país.
No obstante lo que ha servido para justificarle al proletariado sus problemas, no es suficiente para mantener en sosiego a algunos de los personajes vinculados a las altas esferas del chavismo. La historia del movimiento con Chávez y sin Chávez es totalmente distinta. En mi experiencia como un ciudadano más de nuestro país, me he dado la oportunidad de conversar con chavistas de todo tipo: el fanático, el de conveniencia, el inseguro, el obligado, el balanceado, el pobre, el rico, etc. Y todos a pesar de sus distintas visiones acerca del movimiento coinciden, o mejor dicho “coincidían” en una versión cuando ya no hallaban más excusas para justificar el mal estado de las cosas: El malo no es Chávez, los malos son quienes están a su alrededor. Bueno, pues vamos a brindarles el beneficio de la duda y suponer que esto fuera así. Ahora me pregunto, ¿habrá sido esto una mera casualidad? ¿O fue todo parte del mismo engaño? Hitler a quien citaremos una vez más, y quien por supuesto tiene o tuvo un conocimiento mucho mayor al mío sobre política, dio a entender que los parlamentos (Asamblea Nacional para nosotros) no son más que una excusa perfecta para justificar los errores del gobierno, puesto que los parlamentos siempre son compuestos por un número elevados de ciudadanos, cuya función es únicamente aceptar o no, las mociones interpuestas por el poder ejecutivo (esto sin aludir a su función legislativa) el hecho es que él promulga que en su tiempo los lideres de su nación se escudaban en la asamblea para justificar sus errores, y viendo repartida la culpa entre centenares de hombres, realmente la culpa terminaba siendo de nadie. Es ella la misma razón por la cual los jefes de Estado prefieren para cargos altamente representativos del gobierno, elegir primero a un fanático incompetente, que a un compañero preparado y razonable, ¿la razón? El fanático incompetente jamás cuestionará las políticas partidistas, seguirá siempre al pie de la letra las órdenes superiores sin importar las consecuencias, y en caso de que se cometa algún error de tal transcendencia podrá pasar a convertirse en un chivo expiatorio más del movimiento. Tal como ha sucedido con Chávez. El malo no es él, el malo es su gabinete político. Por supuesto que cualquiera con cuatro dedos de frente podrá argumentar: está bien, asumamos que el incompetente no fue Chávez si no su gabinete ejecutivo, ¿pero es que acaso no era Chávez quien elegía a su gabinete? Por supuesto que sí, que respuesta más lógica. Sin embargo este razonamiento no podemos pedírselo que lo lleven a cabo las masas, ni los adeptos y fanáticos al Presidente.
Con los Nicolás Maduro, Jesse Chacón, Diosdado Cabello, Elías Jaua, José Vicente Rangel, Jorge Giordani, Rafael Ramírez, y demás personajes políticos a su alrededor, el entonces Presidente Chávez se encontraba blindado y libre de culpas en cuanto a problemas de la revolución se tratara. El malo de la película siempre terminaban siendo tipos como Diosdado Cabello a quien todo el mundo, inclusive los propios chavistas tildan como el más corrupto, y en lenguaje coloquial, más “coño e madre”.
Aquel amor exorbitante, sobrenatural, que se predicaba sobre la figura del Presidente Chávez tiene más que razones, muchas explicaciones. Nicolás Maquiavelo aludió alguna vez “Hablando con verdad, no hay medio ninguno más seguro para conservar semejantes Estados que el de arruinarlos”, y dicho postulado parece cobrar vigencia en la revolución venezolana del Siglo XXI, habiendo arruinado por completo todo el aparato productivo privado, mediante absurdas leyes laborales, expropiaciones e inseguridad jurídica, al venezolano pareciera quedarle únicamente tres opciones: sumirse a las ordenes del Estado (único dueño del capital en el país) y trabajar para o con él, llenarse de orgullo la cabeza y de hambre el estomago, o dar media vuelta, hacer las maletas y prepararse para el exilio. La solución que parece haber cobrado más vigencia en nuestro país es la última. Hoy en día, Venezuela es la reina de la emigración por mucho que duela.   

Fueron todas estas razones las culpables del “endiosamiento” de Hugo Chávez Frías, y es esa la misma razón por la cual como se ha dicho en más de una ocasión “Maduro no es Chávez”; porque el actual Presidente Nicolás Maduro formó parte de ese grupo de ineptos al cual culpabilizaban de todo aquello que fuera mal en la revolución dentro de las fracciones chavistas, y porque además el tipo no cuenta ni con el carisma, ni con el ingenio, ni con el liderazgo de su predecesor. Con lo único que cuenta el actual Presidente de la República es con todo el billete heredado por el gobierno venezolano debido a los altos precios del petróleo, y un movimiento, una revolución política, que cada vez encuentra menos excusas para seguir a flote.                     

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