El lado oculto de Nicolás Maduro; su historia y sus vinculaciones con el terrorismo y narcotráfico
Pocos sabrán que el actual mandatario
venezolano, en su pasado fungió como guardaespaldas de José Vicente Rangel
durante la campaña presidencial del año 83, es decir, que su cuerpo alargado
servía como muro de contención y barrera a cualquier intento de agresión contra
el candidato, o que sus brazos se empleaban para abrirle paso a José Vicente
cuando se decidiera a caminar en medio de una multitud; no en vano, su metro
noventa, le facultaba para ser un perfecto receptor de balas, golpes, y hasta
huevos, como bien supo demostrar durante su paseo militar por la apacible San
Félix.
Pero antes de eso hay una historia,
una no muy interesante, pero la hay, desde un nacimiento en no se sabe dónde,
que hoy día sigue siendo un misterio, puesto que ni sus propios allegados
logran ponerse de acuerdo, a las andanzas de un niño, y luego adolescente, que
fracasó en todo lo que intentó hacer.
Hace un par de días Nicolás apareció
tocando el piano dándonos muestras de por qué abandonó los instrumentos para
usar su cuerpo como muro de contención. No sabemos si intentaba darnos un
mensaje de amor a la música luego que sus esbirros asesinaran a Armando
Cañizales, o rompieran el violín de Willy, pero lo cierto es que cada vez que
aparece para darnos muestras de sus “destrezas” únicamente fracasa; está claro,
que en lo único que ha triunfado, es en consagrarse como represor y asesino de
ciudadanos, pero vamos poco a poco.
Esta triste historia comenzó en
Caracas, donde un adolescente Nicolás Maduro desistió de sus estudios de
bachillerato para dedicarse a tocar el bajo en una banda de rock, o al menos,
aquello cuenta la historia oficial. Lo cierto es que, durante décadas al hoy
presidente de una nación, no se le conocieron logros, mucho menos esfuerzos, o
habilidades, el mensaje de Hugo Chávez al designarlo como sucesor era claro: a
presidente de la República puede llegar cualquiera, no se necesitan pergaminos,
títulos o destrezas.
En los años 80, con la mayoría de
edad cumplida, Nicolás Maduro vivía de las arcas de su padre, no se había
preocupado por educarse, mucho menos por trabajar, y sí por gritar consignas de
izquierda y afirmar que el mundo era un lugar injusto, ya que mientras otros
paseaban en autos del año, a él le tocaba resignarse con el Fairlane anticuado de su padre. De esa
forma su corazón empezó a ir ahorrando… resentimiento, pues claro está que
dinero no podía acumular vagueando por las calles de manera indefinida. Fue
entonces cuando acercándose a los grupos de izquierda, el grupo de José Vicente
Rangel le da la oportunidad de ganarse el pan: tú lo único que tienes que hacer
es poner el cuerpo y aguantar coñazos –le dirían-. Maduro aceptó, puesto que no
tenía otros talentos, tampoco ambiciones, solo sabía que quería “igualdad”, que
quería tener en su cuenta bancaria la misma cantidad de dinero que el abogado
del frente, que el médico de la clínica por la que pasaba cada mañana, o el
ingeniero que había construido los puentes y elevados por los que se trasladaba
día tras día.
Luego de que la propuesta de José
Vicente Rangel fuera claramente rechazada por el pueblo, su salario sufrió el
mismo destino, ya no tenía a quien servirle de guardaespaldas, así que tuvo que
buscar otro empleo, ¿y qué otra cosa sabía hacer Nicolás Maduro?, manejar un
carro, y así fue como se convirtió en chófer de Metrobús. Detrás del volante
tampoco resultó ser muy exitoso, en muy poco tiempo se hizo con el record de más
unidades de Metrobús chocadas en la historia de la empresa, y también supo
apuntar su nombre en lo más alto, en la lista de ausencias “justificadas”,
siempre relacionadas con cuadros de asma o fiebres.
Sus contactos con grupos
izquierdistas, y su deplorable actuación detrás del volante, lo llevaron a
probar nuevos destinos, y fue así como terminó en Cuba, realizado cursos de
adoctrinamiento de cuadros políticos de izquierda en la escuela Ñico López;
allí permanece durante casi dos años, fomentando su odio hacia la derecha,
aprendiendo a implantar un modelo político tan “eficiente”, como el modelo
cubano, en lo que a él respecta, un modelo de igualdad y felicidad. Es más
fácil construir miseria para todos, que propiciar las bases de la riqueza.
De vuelta a Caracas, su tiempo se
divide en fomentar la pereza, la apatía, y la inconformidad; su condición le
parece deplorable, pero no hace nada en lo absoluto para cambiarla, únicamente
contribuye quejándose e intentando sumarse a grupos de izquierda que comparten
su odio por la gente que ha logrado acumular riquezas. Pasados un par de años,
decide volver a ponerse detrás del volante, logra aliarse con los miembros del
sindicato del sistema de transporte, y así reingresa a la nómina de
conductores, a pesar de su record poco confiable. Allí, gracias a las enseñanzas
aprendidas en Cuba, consigue posicionarse como uno de los jefes en el
sindicato, y esto lo faculta para ausentarse del trabajo las veces que quiera, negociar
con los representantes de las empresas para las cuales laboran, y exigir cada
vez mayores beneficios, a cambio de menos trabajo; estos azares de la vida lo
llevan a conocer a Cilia Flores, estudiante de derecho que se tilda a sí misma
de “revolucionaria e izquierdista”, con básicamente los mismos propósitos que
el chófer de autobús.
En el año 92, un 4 de febrero, luego
de abandonar su oficina de trabajo, se entera por los medios de comunicación
que un grupo de militares están llevando a cabo un golpe de Estado contra
Carlos Andrés Pérez, la noticia estremece a Nicolás, y a la mañana siguiente
cuando ve a Hugo Chávez por los medios de comunicación declarando que “por
ahora”, los objetivos planteados no fueron logrados, sintió un flechazo en el
corazón; fue amor a primera vista, ese hombre que se había robado la atención
de todo un país, era desde ahora su líder.
Es por ello que un par de meses
después Cilia Flores, ya para ese entonces, abogada de la República, hace un
acercamiento con Hugo Chávez en la cárcel de Yare, y a su vez le introduce a
Nicolás Maduro, quien desde el primer momento reconoció al comandante como un
Dios en la tierra, y aseguró que lo seguiría por cielos e infiernos.
Durante la campaña de Hugo Chávez
puso al servicio sus mejores talentos: usando su cuerpo como muro de
contención, y manejando los vehículos en los que se transportaba el candidato
presidencial; fue así como logró hacerse de la confianza del mesías de Sabaneta,
quien lo incluyó en las listas de su partido para acceder a un escaño en la
Asamblea Nacional. Así se transforma en diputado, un hombre que en el pasado,
no había podido lidiar siquiera con las materias del bachillerato.
El resto de la historia ya todos la
conocen, envestido como diputado, el comandante Hugo Chávez lo propone como
presidente del parlamento, y sus partidarios lo votan para hacerse con la silla
más importante del poder legislativo; así, el cúmulo de aptitudes y logros de
Nicolás Maduro: primaria básica, bajista mediocre, guardaespaldas, conductor de
autobús con el mayor número de accidentes de tránsito, lo llevan a ser la
persona encargada de legislar en el país, y aprobar los presupuestos de un de
las naciones más ricas del planeta tierra.
En el año 2006 es designado ministro
de Relaciones Exteriores de Venezuela, aquello lo congració con Chávez aún más,
promoviendo y apoyando las relaciones bilaterales del gobierno venezolano:
desde Saddam Hussein, a Muamar el Gadafi, Mahmud Ahmadineyad, y por supuesto,
Fidel Castro. El fiel cumplimiento de sus funciones, sin ningún tipo de excusas
u objeciones, convirtió a Nicolás Maduro en uno de los favoritos, no solo de
Hugo Chávez, sino también de Fidel; en el año 2009, el entonces canciller voló
a Damasco y luego Teherán, para estrechar vínculos con la organización
terrorista “Hezbolá” –todo esto según las investigaciones del periodista Emili
J Blasco, publicado en su libro Búmeran
Chávez-, información que años después sería refrendada por el departamento
de Estado de los Estados Unidos de América, y transmitida por la señal de CNN,
al confirmarse la vinculación de Tareck El Aissami con el grupo terrorista.
Bien, lo cierto es que en aquel
entonces Nicolás Maduro sostuvo reuniones con Hasán Nasralá, jefe de la
agrupación terrorista Hezbolá, y uno de los hombres más buscados por el
servicio secreto de los Estados Unidos, a quien habría accedido gracias a la
intermediación del entonces ministro de Interior y Justicia “Tareck El
Aissami”, de ascendencia siria-libanesa, muy allegado a los grupos de poder
árabes existentes en Venezuela. Luego de ello el canciller voló a Teherán donde
se reunió con el presidente Hugo Chávez, quien sostenía juntas con Mahmud
Ahmadineyad, allí planificaron la implantación de las células terroristas en
territorio venezolano, y la dotación de pasaportes a sus integrantes, bajo el
resguardo y control de Tareck El Aissami, es desde ese entonces donde el dueto
Maduro – El Aissami comienza a afianzarse, y las razones de su próxima designación
(2017) como vicepresidente de la República.
Ante el cáncer de Hugo Chávez, y su
probable defunción, comienzan a evaluarse las propuestas a sucederle en
Miraflores, y entre los candidatos están Elías Jaua, Diosdado Cabello, e
inclusive su hermano Adán Chávez, no obstante, quien termina haciéndose con tal
designación es Nicolás Maduro, primero por su obediencia y lealtad mostrada, y
en segundo lugar por su acercamiento con Cuba; es la voz de Fidel la que
declina la balanza en su favor, al saber que con Diosdado tendría más difícil
su injerencia sobre territorio venezolano.
Su andar presidencial comenzó de un
fraude tras otro, primero haciendo de presidente interino tras la falta de
juramentación de Hugo Chávez, y luego, en unas elecciones que las propias
investigaciones anteriormente mencionadas han demostrado fueron manipuladas y
fraudulentas. Desde allí comenzó a reprimir ciudadanos venezolanos, a propiciar
saqueos, a destruir la economía, y a construir la “igualdad”, que tanto soñó en
su adolescencia. Luego de propiciar el Dakazo y fomentar el aumento de la
escasez e inflación, se topa con un cúmulo de protestas en el 2014 que lo
llevan a encarcelar a Leopoldo López, y a ordenar una represión que dejó a 43
asesinatos en un par de meses, lo que lo llevó a convocar a diálogos que
facilitaran una “pacificación”, de la sociedad. Desde entonces su gobierno ha
estado en punto de mira de todos los organismos internacionales; un tiempo
después a sus sobrinos los detienen en Puerto Príncipe con 800 kilogramos de
cocaína, y a su vicepresidente “Tareck El Aissami”, lo acusan formalmente de
poseer nexos terroristas y otorgarle pasaportes venezolanos a ciudadanos sirios
(aquello que se venía cocinando desde el año 2009).
El 2017 resulta ser el año más
caótico de todos, cada 365 días los venezolanos se sorprenden al percatarse que
de hecho, su país si puede hundirse cada vez más, sin importar que desde el
2012 aquello ya pareciera una misión imposible. Con el pueblo en su contra,
Nicolás, el del bajo, Nicolás, el de la camionetica, no le queda de otra que
aumentar la represión, que salir en la caza de ciudadanos, que promover una
constituyente sin pies ni cabeza, ordenar el asesinato de más de 60 ciudadanos
venezolanos opositores, hasta lo que va de fecha (29 de mayo del 2017), y
esperar que el espíritu del comandante venga en su rescate.
Lo cierto es que a Nicolás Maduro poco y nada
puede achacársele de toda esta crisis, es difícil exigirle a un sujeto que
jamás aspiró a nada, y que lo único que cultivó en sus primeras décadas de vida
fue resentimiento, a que sepa administrar riquezas, e impartir justicias. En el
vocablo del presidente de la República aquello no existe, jamás le conoció, y
es que, nunca se preocupó de conocerle, él es sencillamente un individuo de
corta racionalización dispuesto a defender a capa y espada la herencia
intergaláctica recibida, la herencia que nunca, jamás, soñó o imaginó con
tener. El culpable de toda esta situación ya ha fallecido, aunque su historia
también es otra que vale le pena analizar, porque a esas culpas también le
hallaremos otras; como la del señor que decidió sacarlo de la cárcel, como la
de los dueños de los grandes medios de comunicación que decidieron encumbrar su
carrera política, o como la de los millones de venezolanos que decidieron darle
poder infinito a un teniente coronel.
Twitter @emmarincon
Comentarios
Publicar un comentario