Los espejismos de la revolución


¡Miren, allá hay arroz!; ¡oh!, no puede ser, ¡ha llegado el aceite!; esta vez no tengo dudas, ¡allá hay leche!; me dijeron que aparecieron todos los productos de aseo personal, ¡qué milagro tendremos champú y jabón esta noche!
De espejismos en el desierto no podemos vivir, sí, los supermercados se han convertido en desiertos donde la sed por conseguir productos básicos nos ha llevado a alucinar con ellos. La parte oficial sigue totalmente cegada, insisten en excusas baratas de guerras económicas, conspiraciones de la ultra derecha, y absurdos que caben cada vez en la cabeza de más pocos. Mientras la inflación galopa, el dólar se dispara y la escasez aumenta no hay signos de rectificación, ¿será tan difícil ver cuando algo se está haciendo mal?
Por medio de venezolana de televisión han insistido en tratarnos de mostrar un mundo paralelo, una Venezuela que no existe, donde los mercados están abastecidos, a la gente le alcanza el dinero y vivimos en un país milagroso sin coyunturas ni faltas. La parte “revolucionaria” ha sido tan obtusa en sus miramientos, tan terca en su aptitud, que inclusive han decidido dejar de lado las votaciones de la Asamblea Nacional, han intentado desconocer constantemente el máximo órgano legislativo, y siguen dirigiendo viento en popa la catástrofe que han denominado modelo político.
Ya no existen siquiera los adjetivos, ya no pueden otorgarse nuevas opiniones o puntos de vista acerca de lo que acontece, ya es tan premeditado, repetitivo, y obvio, que pareciera que la “revolución” intentara adrede destruir el país. ¿Es posible que en la cabeza de alguna persona con juicio y educación le suene más la idea de ir dilapidando riquezas importando bienes en vez de promover la producción nacional? ¿Esa es la soberanía de la que habla este gobierno? Desde todo punto de vista ético, moral, intelectual, y económico, es una absoluta barbarie, ya ni los espejismos pueden sostener lo insostenible, hasta el venezolano más aferrado a la figura del Comandante Eterno reconoce que el país está destruido, sin embargo el mandatario nacional, aquel al que en Miraflores por supuesto no le falta el jabón, ni el champú para bañarse, ni mucho menos la harina para unas arepas, o un salmón para el almuerzo, ve todo desde su trono con absoluta normalidad y armonía; inclusive para desafiar a sus opuestos se ha atrevido a caminar por las calles de Caracas junto a treinta guardaespaldas demostrando que no hay nada que temer; Miraflores ha pasado a convertirse en la Antípodas de la Gran Caracas, esa ciudad mágica de los años sesenta con la que soñaban todos los Latinoamericanos, un mero espejismo nada más.
El tiempo le habrá dado a Venezuela una lección histórica, aprendimos que esperando que el petróleo salga del suelo y se venda por sí solo no podemos vivir; tenemos que trabajar, estudiar, prepararnos, invertir, y amar a nuestro país para que los frutos que salgan de ella puedan alimentarnos y hacernos felices; no basta con una misión, una promesa y un par de hombres con franelas rojas clamando, ¡revolución!
Sí, ha sido un camino difícil, lo más lamentables son los cientos y miles de venezolanos que han quedado atrás a manos de la delincuencia y la intolerancia, pero en definitiva ha llegado la hora de construir un país.

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