La casa de la tempestad
Observar desde
afuera como tu casa se derrumba, presenciar desde adentro como tus anhelos se
destruyen, vivir en la ansiedad de aquellos recuerdos donde la prosperidad era
tangible.
El esfuerzo de nuestros ancestros reducido a cenizas, aquel país de
luz que hoy gobierna la turbiedad.
El desplome de
la economía, lo absurdo de los abusos, el dominio de los imbéciles, y la
pasividad de los derrotados ¿Cuánto tiempo más se prolongará el dolor? ¿Cuántos
cuerpos más deberán convertirse en cadáveres antes del cambio?
Una revolución
capaz de transformar las más grandes riquezas en miseria, un hombre que decidió
cortarles las piernas a todos sus conciudadanos; un séquito de adoradores de la
injusticia que corean las barbaries como glorias. Hombres cabizbajos, mujeres
vulneradas, padres avergonzados, hijos agobiados, familias famélicas, es un
mapa del dolor, millones de cerebros conducidos a la frustración y la
desesperanza.
La quiebra es la
palabra más utilizada: la quiebra moral, la quiebra espiritual, la quiebra
económica. El éxodo como resolución de un conflicto interno: el éxodo del
dolor, el éxodo del hambre, el éxodo de la verdad.
No pasa un día
en que no haya llantos, no pasa un día en que no haya dolores, no pasa un día
en que no gobierne la frustración. Desde afuera se observa como la casa se
incendia con la impotencia de no poder calmar la tempestad, desde adentro el
maremoto acongoja a quien lo experimenta en carne viva. Son treinta millones de
hilos rojos que de a poco se cortan en medio de la hecatombe. Y el miedo, el
terrible miedo de sentir que de pronto, ya no habrá un hogar al cual volver, ya
no habrá un sitio de abrazos y reencuentros, ya no habrán ilusiones, y en lugar
de ello solo quedarán cicatrices, cicatrices del dolor.
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