Quiero ser malandra


No es una osadía, es más que una realidad, un método para sobrevivir. En una escuela pública de Caracas una niña de 10 años cuyo nombre se han reservado los maestros le han pedido que realice un dibujo de sí misma cuando grande, destacando la profesión que le gustaría realizar, y su respuesta fue dibujarse portando un arma en la mano con balas disparadas, acompañada de un cadáver sangrando escribiendo a su lado en letras gigantes “Malandra”.
Aquella es una anécdota para sentarnos en una esquina y ponernos a llorar, para meditar por horas qué hemos hecho con nuestro país. La persona que compartió el relato comenta que cuando la maestra intentó corregir a la niña, la misma se molestó y se fue enfadada sintiendo que ella no era nadie para privarle de sus sueños. La violencia marca, es una constante en nuestros días, ya es bastante preocupante que el sueño común de una mayoría amplia sea convertirse en policía (no porque aquella sea una profesión denigrante ni nada menos), sino porque las razones que estos niños emplean cuando se les pregunta, ¿por qué quieres ser policía?, siempre es la misma: para proteger a mi familia, y para portar un arma (aquello me lo ha confirmado una amiga cercana que trabajó de psicóloga en el Consejo de protección de niños, niñas y adolescentes del municipio San Cristóbal). Ahora la visualización de nuestros niños ha llegado a nuevos extremos, percatándose que el sueño de ser policía no es suficiente para mantener con vida a los suyos y a sí mismos, empiezan a soñar con ser malandros y tienen las agallas de expresarlo a viva voz, con dibujos, con sangre, sin pensar que aquello pueda ser algo que avergüence, y peor aún, anhelándolo como si fuera el sueño de una vida.
¿Cómo se puede culpar a una criatura de soñar con semejante cuestión? ¿Culparla? Nosotros, los adultos, deberíamos abrazar a esos niños y pedirles perdón, perdón por manchar sus sueños, perdón por mostrarles que en este país la única forma de obtener lo que se quiere es a través de la delincuencia, perdón por hacerlos crecer en ciudades donde las armas tienen más poder que la razón, perdón por no dotarlos con infraestructuras acordes a su desarrollo, por obligarles a vivir en barriadas sin servicios, sin alimentos. ¿Cómo se le puede explicar a un niño así que ser malandro no es la solución? Lo preocupante: aquello cada día empieza a ser una fantasía más común, lo demuestran las aberrantes escaldas de violencia, los índices de inseguridad, la tasa de homicidios; lo más preocupante: el gobierno hace oídos sordos, permite que el sueño de convertirse en malandro prolifere, y peor aún, propicia las bases para que nuestra sociedad se convierta en eso: un nicho de malandros, de enredos, de tramoyas, y corrupción. La economía, la calle y el entorno no deja otra opción, ser malandro parece ser la única salida visible para aquellos que han crecido rodeados de balas, ¿cómo los podemos culpar? De hecho, ¿cómo puede parecernos tan atroz, cómo puede sorprendernos que una niña sueñe con ser malandra cuando en su vida únicamente ha visto aquello como una opción?
Por el futuro de estos niños debemos permitirnos cambiar, replantearnos un norte político, económico y social, de lo contrario, los sueños de unos serán la pesadilla de otros.     


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