La generación del oscurantismo venezolano




La primera vez que estuve en la sede del extinto Congreso de la República de Venezuela tenía 7 años de edad, mi papá era senador por Acción Democrática; no recuerdo muy bien el contexto, estaba pequeño, pero tengo una imagen borrosa de haber estado sentado donde hoy se sitúa la prensa, en la parte superior del hemiciclo.
Aquella tarde Rafael Caldera fue a la sesión del extinto Congreso, por supuesto, no puedo recordar que se discutía en aquella sesión, ni porque el presidente estaba allí, pero esa fue la primera vez que presencie desde tan cerca el Poder Ejecutivo de mi país.
Al año siguiente, luego de una confusa campaña electoral contra Hugo Chávez, se anunciaría aquel fatídico diciembre de 1998 que el candidato socialista había ganado la presidencia. En el momento en que anunciaron los resultados, yo estaba en casa de mi abuelo. Recuerdo aquella noche un silencio lúgubre dentro de la casa, mientras por la ciudad podían escucharse las caravanas de los celebradores rojos, a pesar de que en mi estado natal, el Táchira, el chavismo había perdido (desde entonces mi ciudad se convertiría en uno de los bastiones opositores del país).
Anunciada la decisión de los millones de venezolanos que fueron a las urnas, recuerdo haberme soltado a llorar por la tragedia; a estas alturas todavía me pregunto cómo siendo tan pequeño aquello me afectó tanto, debo asumir que acompañé durante muchos meses a mi padre en reuniones políticas hablando de la tragedia que se avecinaba, y que por ende, se había formado en mí un terror gigantesco.
Si bien durante varios años muchos venezolanos no se creyeron el cuento de: Venezuela se convertirá en Cuba; en mi familia esto nunca fue un mito, en mi mente todavía tengo recuerdos lúcidos de los vasos plásticos con el sol del partido de Salas Romer por un lado, y su rostro del otro, esto, junto a franelas y afiches.
A eso de las diez de la noche de aquel 6 de diciembre, recuerdo que mi papá me sentó en la sala posterior de la casa de mis abuelos para intentar consolarme, en ese momento me dijo: “Hijo, no llores, es cierto, Chávez no es un hombre bueno, pero el país tampoco se destruirá de un día para otro, nosotros vamos a salir de esto”.
Mi papá tuvo razón en lo de que Chávez no era un hombre bueno, lamentablemente no tuvo razón en que saldríamos de aquello; al menos no en el corto plazo.
Mi padre siempre ha sido mi ejemplo a seguir, la persona que más he querido y más he admirado en mi vida ha sido él, mi personalidad, mis convicciones, mis ideales y principios, todos han venido de su parte, me considero una persona afortunada por haber tenido a un padre como él; pero hay una realidad que no se puede tapar con un dedo, mi papá es culpable, mis tíos son culpables, mis vecinos son culpables, mis profesores son culpables, y miles, millones de venezolanos más, también son indirectamente culpables de la catástrofe de Venezuela como nación; el legado de su generación fue el haber destruido al país más rico en recursos del planeta tierra.
El siglo pasado Venezuela fue un país lleno de recursos y bondades como ningún otro, su exceso de riquezas convirtió a los venezolanos en cazadores de renta y en aduladores de un sistema político (
socialdemocracia) que propició el facilismo en Venezuela y la dependencia económica hacia el crudo. Si bien mi papá no militó activamente en Acción Democrática, fue el partido del que siempre estuvo más cerca, y su concepción del mundo o de ideología política y social, siempre fue esa socialdemocracia que a pesar de no llevar al país a las ruinas que es hoy en día, tampoco le permitió despegar y consolidar las bases de una nación prospera, como lo es hoy en día Chile, por citar un ejemplo.

Un ciclo histórico muy repetido, es el que constata que los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos de bonanza, los tiempos de bonanza crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles, y entonces el ciclo vuelve a repetirse.
Bajo este contexto es preciso comprender que la responsabilidad de que Chávez hubiese llegado al poder y que el país hoy se hubiese convertido en esta calamitosa tragedia, no es solo de quienes votaron por Chávez, la responsabilidad le compete a toda una generación, que en sus ingenuidades, descuidos, malas decisiones, fueron generando ese monstruo social que degeneró en el chavismo, que llevaría años después a la aniquilación de Venezuela.
Hoy en día sigo discutiendo con mi papá muy seguido sobre la actualidad política de Venezuela, aunque por supuesto, tenemos siempre puntos encontrados. Él sigue aferrado a ese idea de que la socialdemocracia sacó al país adelante a pesar de sus errores, algo que yo no comparto, a mí me parece que esa socialdemocracia sencillamente fue contaminando las mentes de los venezolanos hasta transmutar en el socialismo radical, y que además de ello, malgastó una bonanza económica que pocas naciones del mundo han tenido. No basta hablar de las carreteras, universidades y obras públicas que existen en el país para justificar esos 40 años de historia, lo cierto es que, hasta un mono con esa cantidad de dinero y fondos públicos hubiese podido hacer gobiernos “decentes”; sin embargo, si se observa la infraestructura general del país, es notable que Venezuela no estuvo ni cerca de representar o convertirse en una potencia, a pesar de contar con los recursos para serlo; que en el país no existen esas espléndidas obras arquitectónicas y sistemas masivos de transporte (salvo el metro de Caracas) que caracterizan a las grandes naciones, y que el legado de los 40 años de socialdemocracia fue el de un país que se bebió el petróleo en borracheras y gastó el exceso en viajes a Miami, Nueva York, y Madrid, pero que nunca se decidió a convertirse en uno de los epicentros económicos del planeta (teniendo todos los recursos para hacerlo), y que jamás salió de esa zona de confort patética de extraer el petróleo de sus yacimientos, para repartir el dinero en los corruptos de turno, y unas cuantas misiones sociales que mantuvieran “contentos a los ciudadanos”.

Hoy en día, las diferencias en las brechas generacionales son notables, incluso esa generación del 2007, que integraron Yon Goicoechea, Stalin González, Juan Guaidó, David Smolansky, Juan Requesens, Freddy Guevara, entre otros, siguen siendo fieles creyentes del legado oscurantista de Venezuela: la socialdemocracia, esa ideología que a pesar de no afianzar expropiaciones, propone las rentas estatales como una forma de existencia, cree en los subsidios, controles de precios y en la empresa pública como mecanismo de “acción y progreso”; algo que ha cambiado de forma evidente, con la siguiente generación, de la cual formo parte, y los que vienen detrás de mí, quienes hemos entendido al mundo, y sobre todo a Venezuela, como un país que merece del trabajo arduo de todos, que necesita agotar el sistema fracasado de subsidios y prebendas sociales, para convertirnos en un país donde impere el capital y el libre mercado, donde la meritocracia sea la cabeza no solo del gobierno nacional, sino de la educación, del trabajo, y las relaciones sociales, y que este cáncer socialista, que esta enfermedad terminal llamada facilismo, desaparezca por completo del país.
En días recientes, Héctor Alonso López, exsubsecretario general de AD y parlamentario en 5 ocasiones, publicó un estupendo artículo que leí entusiasmado y compartí, en el que hacía un mea culpa sobre la destrucción de Venezuela, pues comprende, que a pesar de no haber formado parte del chavismo, no hizo lo suficiente para derrotar al chavismo, y no solo el chavismo oficial, sino el pensamiento chavista en la población venezolana, ese mismo que llevo a miles de venezolanos a las calles en protesta, cuando Carlos Andrés Pérez quiso finalmente romper con el modelo socialista e implementar medidas que sinceraran la economía: financiamiento del FMI con un programa de ajustes, liberación de tasas de interés activas y pasivas, unificación de tasa cambiaria, eliminación de RECADI (el CADIVI de la socialdemocracia), liberación de precios de productos de la cesta básica, aumento del precio de la gasolina, junto a la eliminación de los aranceles de importación.
Esas medidas que hubiesen permitido que hoy Venezuela fuese seguramente una potencia mundial, o al menos, la nación más rica de la región, fueron eliminadas porque se impuso la barbarie del pensamiento socialista, no solo en la sociedad civil, sino dentro del mismo partido de gobierno: Acción Democrática (algo muy similar ocurre hoy en Ecuador).
Para comprender la historia del país, no se puede olvidar que fueron los mismos adecos quienes emplazaron un juicio público para destituir a Carlos Andrés Pérez, tras querer romper con el modelo socialista, lo que en el ala interna conservadora llamaron “paquete neo—liberal”. Héctor Alonso explica muy bien en su escrito, como el partido se dividió al momento de tomar las decisiones de dejar a un lado los subsidios, y se emprendió una cruzada para destituir a CAP que terminó dándole la estocada final en la Corte Suprema de Justicia; curiosamente, Henry Ramos Allup, uno de los líderes actuales de la “oposición” en Venezuela, estuvo detrás de la conjura para destituir a CAP por tratar de sincerar la economía venezolana y eliminar el socialismo; años después como jefe de fracción parlamentaria, Ramos Allup también votó y lideró su fracción para eliminar la condición de senador vitalicio de Carlos Andrés Pérez y apresarlo, esto con 39 votos a favor y 4 en contra, uno de esos 4 votos en contra, fue el de mi padre.  
La pasada generación de venezolanos cometieron según mi perspectiva grandes errores que hoy nos han traído hasta acá, y por eso insisto que se trata de errores generacionales, no podemos hablar de nociones culturales o arquetípicas, esto para mí, se trata de la docilidad de una generación que creció teniéndolo todo y se corrompió, se pudrió por dentro; unos pocos con dinero sucio, el resto, una gran mayoría del país, sencillamente adoptaron en sus mentes la noción utópica de un sistema social basado en el subsidio y en el gasto público, que los mantuvo borrachos por décadas, y no les permitió observar que mientras el mundo avanzaba, ellos se congraciaban con sus dólares facilitados por el oro negro, sin preocuparse por diversificar la economía, por explotar el turismo de Venezuela, por convertir a Tucacas en la nueva Cancún, por expandir la industria de minerales, por reforzar, diversificar y agrandar el agro, por instaurar fábricas e industrias de innovación, o por sencillamente mover el trasero fuera de sus casas y ponerse a trabajar en algo que no fuera distinto a esperar que el millonario Estado petrolero cubriera las deudas de la nación.
Es por eso que cuando los César Miguel Rondón, los Nelson Bocaranda, los Pino Ituerrieta, las Ibéyise Pacheco, los Héctor Manrique, los Alonso Moleiro, los Moisés Naim, Thays Peñalver, Colette Capriles y compañía (algunos de estos, incluso abajofirmantes de la bienvenida a Fidel Castro), quieren o intentan dar catedra política a los venezolanos, tratando de predicar desde una falsa sabiduría que fue la misma que llevó a Venezuela a la peor crisis de la historia, me pregunto, si en sus mentes y corazones queda un poco de vergüenza.
Yo admito que en el anterior grupo hay personas por las que sigo teniendo mucho respeto, otros por las que definitivamente no, reconozco que a pesar de diferencias políticas, han sido venezolanos de bien, pero más allá de ello, harían bien en reconocer que su generación arruinó por completo al país más rico del planeta tierra, y que por lo menos, deberían admitir sus errores y apoyar desde la tribuna a las nuevas generaciones que vienen con un enfoque completamente diferente de lo que el país debería ser.  
Esta discusión, estas palabras, también las he dedicado a mi papá, la persona que hoy en día sigue siendo mi modelo a seguir, mi más grande inspiración, y a quién le debo todo: hay que quitarse la venda, descubrir los errores, admitir las culpas, y dejar que las nuevas generaciones saquen adelante al país. Afortunadamente para mí, mi papá se retiró de la vida pública hace años, y no intenta predicar desde la falsa sabiduría, sobre cómo sacar adelante un país que ellos mismos quebraron; es por esta misma razón que esa aborrecible unión anacrónica entre Allup y Guaidó, generó tanto rechazo en el segundo: precisamente porque la mayoría de venezolanos, y la nueva generación de venezolanos, han visto lo que muchos todavía se niegan a aceptar: que fueron ellos los que quebraron el país, y que ya no queremos nada que nos ate a ese pasado catastrófico que dilapidó la más grande bonanza petrolera y dio pie a la llegada del chavismo al poder.
Hoy en día considero que mi mayor virtud es haber pasado mi infancia, adolescencia y adultez sometido por un régimen comunista y autocrático que me permitió observar de cerca la devastación, y comprender que las burbujas de cristal en las que muchos crecimos no se correspondían a la realidad, y que por ende, para volver a conseguir ese estado de bienestar había que luchar, prepararse, estudiar y trabajar duro, muy duro; y con trabajar y prepararse no me refiero a pararse todos los días a las 7 de la mañana para ir a la oficina; sino a todo lo que implica resistir a una dictadura, desde ir a marchas y protestas, a leer, estudiar, documentarse sobre procesos políticos, no decaer ante la desesperanza administrada en altas dosis por parte del régimen, ejercer la oposición desde las ideas, opinar, opinar mucho, siempre con bases, con razón, con entendimiento, y nunca, nunca desfallecer, asumiendo las derrotas y desgracias, asumiendo las tristezas, pero con la plena convicción de que rendirse no es una opción.  
Mi consejo a la generación que arruinó al país no es que se hagan a un lado, pero sí que respeten la lucha de las nuevas generaciones y apoyen las decisiones de los que tienen mucha Venezuela por delante, pidiéndoles además, que dejen de entorpecer la salida del chavismo y del sistema socialista con su mirada retrógrada que tanto daño ha generado a millones de venezolanos.
Mi generación será la encargada de sacar al país adelante, y sé que lucharemos para el bienestar de todos, para que los Cesar Miguel Rondón y Moises Naím puedan volver al país, para que los demás mencionados en este escrito puedan tener una vejez decente sin sufrir necesidades, y para que todas las familias venezolanas se reúnan.
Yo en lo personal lucharé para que mi papá pueda volver algún día a los supermercados de San Cristóbal y pueda comprar toda la variedad de cereales que tanto disfruta, para que mi mamá pueda volver a ir a la peluquería las veces que quiera y a tomarse un café con sus amigas, y para que los jóvenes no tengan que emigrar en busca de oportunidades, para que encuentren un país en el cual puedan estudiar, trabajar o emprender y montar sus propios negocios; en definitiva, lucharé, junto a toda mi generación, para que podamos volver a ser un país normal, donde podamos disfrutar de la cotidianidad de la vida.
A la generación del oscurantismo les pido abrir paso a la generación de la luz, nosotros también lucharemos por ustedes.    

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